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martes, 10 de agosto de 2010

LAS METAMORFOSIS MUSICALES DE KAFKA


POR STEFANO RUSSOMANNO.
publicado en ABC 10-4-2010



En el país de Kafka, las sirenas poseen un arma mucho más terrible que su canto: su silencio. En el país de Kafka, la musicalidad es un don más próximo a los animales que a los hombres. Lo posee la ratona Josefina, y lo posee en sumo grado la especie canina. Es una música que, desde la perspectiva humana, roza el chillido o bordea, una vez más, el silencio: «No hablaban, no cantaban, se puede decir que permanecían en silencio con cierta obstinación, pero hacían surgir su música del vacío como por encantamiento» (“Investigaciones de un perro“) Lo que impulsa a Gregor Samsa, el protagonista de “La metamorfosis” convertido en cucaracha, a salir de su habitación es el sonido del violín tocado por su hermana.

A diferencia de su fraterno amigo Max Brod, Kafka no fue un gran conocedor de música. Ésta aparece en sus escritos de refilón, evocada en términos genéricos y percibida como una hipotética vía de acceso a lo desconocido y, tal vez, a la felicidad. La música termina así asociándose con la imposibilidad y la frustración, pues para Kafka «hay una meta, pero ningún camino». También la prosa del escritor checo suena como una música rota, en su intento para seguir el hilo tortuoso de una realidad hermética y a menudo aterradora, de la que sólo pueden desenmarañarse fragmentos inconexos.

Un torbellino de miedos. No sorprende, entonces, que la relación de los músicos con la obra de Kafka haya sido episódica. La novela “El proceso” ha sido llevada al escenario operístico por Gottfried von Einem en 1953 y por Philippe Manoury en 2001, mientras que Hans Werner Henze se ha basado en el cuento “Un médico rural” para su ópera radiofónica de Ein Landarzt (1951), de sugerente halo expresionista. Desde ángulos diversos han buscado también inspiración en Kafka, entre otros, Bruno Maderna (Estudios para «El proceso» de Kafka, 1950), Boris Blacher (Cuarteto de cuerda op. 41, 1951), Cristóbal Halffter (Odradek, 1996) y Heiner Goebbels (Surrogates Cities, 1994; I went to the house but did not enter, 2008).

Ernst Krenek fue uno de los primeros en recurrir a Kafka en sus 5 Lieder op. 82 (1938), compuestos al comienzo de su exilio americano. Veinte años más tarde, acudiría de nuevo al escritor checo en sus Seis motetes sobre textos de Kafka, que el RIAS Kammerchor acaba de grabar para el sello Harmonia Mundi dentro de un programa dedicado a obras corales del músico austríaco.

Krenek emplea como elemento unificador la técnica serial, con una eficacia empírica ajena a esquematismos y abstracciones, igualando los logros expresivos de sus anteriores Lamentaciones de Jeremías (1941-42). El amplio abanico de recursos vocales otorga a estas piezas un tono estremecedor e impactante. Como bien apunta Roman Hinke: «Los seis motetes acaban por formar un vertiginoso calidoscopio de significados, verdades aparentes y paradojas, cuyo efecto es profundamente perturbador: un torbellino de miedos y visiones en el que se encuentran dos de los más grandes escépticos del siglo XX».

Por su parte, György Kurtág es autor de una de las más extensas obras inspiradas en Kafka. Sus “Kafka Fragments“(1985-86) son un ciclo de cuarenta piezas breves, cuyas duraciones oscilan entre los catorce segundos de «Es zupfte mich jemand am Kleid» y los cuatro minutos de «Szene in der Elektrischen», con la excepción de «Der waher Weg» y «Es blendete uns die Mondnacht», que rebasan los siete minutos. Los textos son fragmentos extraídos de los escritos privados de Kafka.

Kafka Fragments se presenta como un viaje en cuarenta estaciones , ora desoladas, ora apasionadas, ora rabiosas, ora tiernas, todas caracterizadas por una máxima concentración expresiva. La poco habitual plantilla soprano y violín constituye acaso un guiño hacia el repertorio yiddish tan querido por el escritor checo. La habilidad con la que Kurtág escribe para la voz sobresale en un ciclo tan extenso y de medios tan reducidos.

Sin ser abundante, la discografía de Kafka Fragments es toda de alto nivel. Aun así, la nueva producción del sello Bridge (Diverdi) presenta rasgos muy peculiares. La soprano Tony Arnold y el violinista Movses Pogossian ofrecen el ciclo en un doble formato: en disco compacto (grabación en estudio) y en dvd (grabado en vivo). Este último incluye como bonus algunos momentos de la clase magistral que el compositor húngaro impartió a los dos intérpretes.

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